.
.
El incendio que el hombre originó cegó el bosque; el sitio quedó muerto. El infierno, silencioso.
Por un mes entero no se escuchó ni el sonido del insecto.
El horizonte se vió doloroso.
Un grito hulló de sus oprimidos pulmoncitos al ver el color bronce que cubrió al cetrino. El desierto. Un río le corrió por los ojos, fue el desconsuelo; el lodo seco se humedeció. Él lloró y lloró por una eternidad, su hilo líquido todo lo regó. Por fin, mil pinos pequeños cubrieron el monte.
Brotó el edén junto al cielo inerte y el sol opaco.
Pequeño sonrió, se le fue el dolor y prometió crecer sin convertirse en hombre.
Cuidó un ombú, sembró y vio el retoño.
Pimpollos humanos.
foto: MOMO WEICH
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario